martes, 23 de septiembre de 2014

80

Mi sentido de supervivencia siempre fue más fuerte y viable que mi hambre. Y ¿Por qué no? Por qué no, regalarle mi vida a la primer oportunidad que se me cruce, o en mejor medida, arrodillarme enfrente del inodoro, con las rodillas huesudas apoyadas en la alfombra celeste de baño. Con el pelo atado y nada más que dos dedos en la boca, a forma de gatillo, para vomitar. Para gatillar la mierda.

Y seguir levantando la mano, como si supiera la respuesta a una pregunta que jamás hicieron.

mp3

Vamos a quemarnos en el fuego con el Diablo residente, el máximo exponente del pecado.
Señoritas y señoritos, muertos y no tan muertos, nacidos y olvidados. Allá en el infierno dónde la gente se abraza o se dispara, allá en el cielo dónde la gente cree que está salvada. Y volví a tomar las riendas y a ser mucho más que la dueña, abracé al fuego y lo hice eterno, apagué el cigarrillo con el dedo. Perdón si me pongo perversa pero es que la eternidad se me hace eterna. Y Lucifer no hace más que seducir almas en bordes abismales de falsa cordura, directamente desde el infierno. Vamos a quemarnos en el purgatorio, quiero ver a todos los muertos arañar un deseo casi glorioso, o es que el universo tan perfecto se olvidó de darme un consuelo.

Allá en el cielo, dónde la gente que cree que hay esperanza, allá en el cielo donde el pecado se vierte convirtiéndose en infierno. No dejes que Satanás me vea.  



jueves, 10 de julio de 2014

Adivinen qué.

Domingo. Despertate. Fumá un cigarrillo.
Algo hermoso en el camino, ¿No? Algo podrido en tu abrigo, ¿No? Y es que tenia obsesiones. Hacerme la que bosteza cuando tenia que atravesar mares de gente. Sonarme los dedos rotos una y otra vez. Abrir la nariz, dos veces, antes de pensar. Reventarme el corazón con cada canción que no era para mi.

Estaba tirándome del pelo el día que hice un trato con el diablo 'Nena, nada es gratis' , ¿Se suponía que debía sentirme feliz por que mi vida estaba a punto de cambiar?. No seas tan patética.

viernes, 9 de mayo de 2014

Auf wiedersehen

Regalaba sonidos de llanto vacío. Pero ¿Por qué lloraba? Si no habia ni razón suficiente como para nadar en ríos de agua salada, ni para dormir en camas con espinas en las frazadas. Y si, untaba el membrillo en una tostada quemada, y tomaba el té en una taza quebrada. Fumaba descalza en el balcón, tiraba las cenizas adentro de mi camisón. ¿Y qué si me quemaba? No importaba, ya estaba demasiado dibujada. No me peinaba y apenas me lavaba la cara, me decían que me había abandonado, que me había suicidado. Pero simplemente había recordado que debía ocupar menos espacio.

domingo, 9 de marzo de 2014

sábado, 8 de marzo de 2014

Rhapsody

No era un pensamiento iracundo, y mucho menos feroz, era una idea, una simple idea que le daba a mi vida el oxígeno necesario para aguantar lo que tuviera que aguantar. La ley de la ferocidad - Pablo Ramos.

Agitaba el vaso con té verde que había preparado hace unas seis horas antes. Rutinariamente lo preparaba, y luego lo abandonaba en la mesita de luz de mármol negro, para darle sorbos quien sabe cuando. No era sino, la cómoda situación de desesperación que podía mantener hasta el momento, hostigadora e inculcada por alguien que no sabía que existía. De ubicarme en otro lugar, en otro tiempo o en otra yo, podría haberme bajado de un auto quizás, gritándole a alguien que no era consiente de mi existencia pero que, de algún modo, la afectaba. O tal vez, podría haberme situado delante de un arma, al borde de una bala que pretendía acariciarme la cabeza, siendo nada más y nada menos que la búsqueda de la muerte ocasional, ¿Por qué no? La dichosa casualidad. Que no es más que lo que debía ocurrir.
Pero simplemente era ésta yo, agitando el vaso con té verde que había preparado hace unas seis horas antes. Esta yo de hace treinta y dos minutos exactamente. Esta yo de ahora que constantemente agita el vaso con té verde, ligeramente vacío. Visualmente no había cambiado nada, o quizás si. Lo que antes estaba lleno hasta el tope de líquido amargo y verde, ahora estaba casi por la mitad. La infusión era paradojicamente, alguien distinto desde el principio, hasta el final. Pero yo era paradojicamente la misma, desde el principio, hasta el final.
La silla, la mesa, el tenedor, el plato, el vaso, mi cara sangrando. Y es que obstinadamente me había pegado constantemente en la nariz, como si la sangre fuera mi cocaína especial, como si quisiera sacar una idea remota que se había impregnado en mi cerebro. Podía sentir a los gusanos vivir una vida de lujos, y sexo casual, orbitando en mi mente y porqué no, durmiendo en soledad. Y si de trompadas sabía, es que dolían más a distancia corta, o que los nudillos sabían quebrar algo más que la piel, sino que la integridad, también que por más que tuerza la cara de dolor, no era tanto sino mi imaginación.
Más así no sabia de flores, para mi solían ser todas iguales, todas flores, todas comunes, nada especial. Es que yo estaba pendiente de esa parte, digo, de lo especial. Pero no había nada de especial en una alegría del hogar, nada que la diferencie de un yuyo. Y es que yo era como un yuyo en cierto punto, un pastito malo que había que cortar de raíz, arrancarlo de cuajo. Porque hierba mala, nunca muere. 
Me arrancaron de cuajo y me tiraron por ahí, total, no iba a echar raíces de nuevo, no iba a levantar la cabeza para aferrarme a otra esperanza que no me pertenecía. Era como las putas de Plaza Constitución un sábado a la noche. La diferencia era que era la única con sida. La única que se iba a morir intentando alcanzar algo más que una calle sucia a las dos de la mañana.

Rotopercutora

Ahora, te quiero decir chau. Hasta luego, hasta nunca más.
Sentadita en la puerta, abrazándome las piernas, mirándome los pies lastimados por no usar medias. Es que mi papá suele gritar y mi mamá suele llorar, yo suelo guardarme toda la rabia de tener que mirar. Y no me dejan de temblar las manos, y no me dejo de aguantar las ganas de llorar porque hablan de diversión, juegan su propio infierno en torno a mis ojos.
Ya sabía que estábamos todos perdidos, que íbamos a morir tan pronto como se acabe el oxígeno, y nuestra piel de gallina era el ejemplo vivo de que íbamos a sufrir. Puedo aguantarme las ganas de llorar, en cambio, puedo cortarme simulando llorar, puedo estar horas y horas.
Me podría enamorar del encanto suspicaz de la flor más venenosa en todo el jardín de atrás, la flor más traicionera, con espinas en las venas.
Laika vamos a cantar, una canción sobre la muerte y su amor sobreviviente. La muerte no pudo obviar su amor por el alma que debía cosechar y tuvo que suicidarse recordando que muerta ya estaba, aniquilando su instinto animal. Las ráfagas de violencia con las que se solían manejar, las lloviznas de odio que podíamos tocar, los ríos profundos que amábamos acechar.
Te sigo, no desesperes, te sigo hasta en lo profundo del océano. Si soy perro de lluvia que busca un techo que no lo lastime y que lo alimente con amor, un perro de lluvia con huesos de cartón. Cartón mojado, acumulado. Una vez quise negociar, pedía las manos del diablo para poderme ahorcar, a cambio le daba mi piel, para que se haga un tapado de animal. Porque coleccionaba decepciones, y cantaba historias, masticaba caramelos de extraños encontrados en alguna calle de La Boca. Tomaba agua del Riachuelo y la convertía en oro, aspiraba la cocaína como fuese nada más que un poco de polvo levantado por las escobas de la calle. No podía negar, que tenía su encanto escultural, algo menos sobrio pero más fino, no tan decadente pero aún así con un poco de estilo, nada tan prostituido como la cruda realidad. Eramos odio que no se podía cosechar.